Rabochi Put Nº 10 del 14 (27) de setiembre de 1917
El problema fundamental de toda revolución es, indudablemente, el problema del poder. Lo decisivo es qué clase tiene el poder...
No se puede esquivar ni apartar el problema del poder, pues es precisamente el problema fundamental que lo determina todo en el desarrollo de la revolución, en su política exterior e interior. Que nuestra revolución “ha gastado inútilmente” seis meses en vacilaciones respecto a la organización del poder es un hecho indiscutible, originado por la política vacilante de los eseristas y de los mencheviques. Pero, a su vez, la política de estos partidos ha sido determinada, en última instancia, por la posición de clase de la pequeña burguesía, por su inestabilidad económica en la lucha entre el capital y el trabajo.
La cuestión reside ahora en saber si la democracia pequeñoburguesa ha aprendido algo en estos importantísimos seis meses, extraordinariamente ricos de contenido. Si la respuesta es negativa, ello significará que la revolución ha sucumbido y sólo podrá salvarla una insurrección victoriosa del proletariado. Si la respuesta es afirmativa, habrá que empezar por crear sin demora un poder firme y estable. Durante una revolución popular, es decir, que despierta a la vida a las masas, a la mayoría de los obreros y los campesinos, sólo puede ser estable un poder que se apoye a sabiendas y de manera indefectible en la mayoría de la población. Hasta ahora, el poder del Estado sigue, de hecho, en Rusia, en manos de la burguesía, la cual se ve obligada únicamente a hacer concesiones parciales (para empezar a anularlas al día siguiente), repartir promesas (para no cumplirlas), buscar todos los medios posibles de encubrir su dominio (para engañar al pueblo con la apariencia de una “coalición honesta”) y etc., etc. De palabra, un gobierno revolucionario, democrático y popular; en la práctica, un gobierno burgués, contrarrevolucionario, antidemocrático y antipopular: ahí está la contradicción que ha existido hasta hoy y que ha sido el origen de la total inestabilidad y de las vacilaciones del poder, de todo ese “carrusel ministerial” a que se han dedicado con fervor tan lamentable (para el pueblo) los señores eseristas y mencheviques.
O la disolución de los Soviets y su muerte sin pena ni gloria, o todo el poder a los Soviets: esto lo dije ante el Congreso de los Soviets de toda Rusia a principios de junio de 1917, y la historia de julio y agosto ha confirmado de manera convincente y exhaustiva la justedad de estas palabras. El poder de los Soviets es el único que puede ser estable y apoyarse a ciencia cierta en la mayoría del pueblo, por más que mientan los lacayos de la burguesía, los Potrésov, los Plejánov y otros, que denominan “ampliación de la base” del poder a su entrega efectiva a una minoría insignificante del pueblo, a la burguesía, a los explotadores.
Sólo el Poder soviético podría ser estable, sólo él no podría ser derrocado ni siquiera en los momentos más tempestuosos de la revolución más violenta; sólo ese poder podría garantizar un desarrollo continuo y amplio de la revolución, una lucha pacífica de los partidos dentro de los Soviets. Mientras no se cree un poder de este tipo, serán inevitables la indecisión, la inestabilidad, las vacilaciones, las interminables “crisis del poder”, la comedia sin desenlace del carrusel ministerial, los estallidos de derecha y de izquierda.
Pero la consigna de “El poder a los Soviets” se entiende muy a menudo, si no casi siempre, de una manera completamente equivocada: en el sentido de “un ministerio formado con los partidos mayoritarios de los Soviets”; y esta opinión, profundamente equivocada, es la que desearíamos examinar con más detalle.
...
“El poder a los Soviets” significa transformar por completo y de manera radical la vieja máquina del Estado, un aparato burocrático que frena todo lo democrático; significa suprimir dicho aparato y remplazarlo por otro nuevo, popular, o sea, auténticamente democrático, el de los Soviets, el de la mayoría organizada y armada del pueblo: obreros, soldados y campesinos; significa ofrecer la iniciativa y la independencia a la mayoría del pueblo no sólo en la elección de los diputados, sino también en la administración del Estado y en la realización de reformas y transformaciones.
...un cambio de ministros tiene muy poca importancia, pues la labor administrativa real se encuentra en manos de un ejército gigantesco de funcionarios. Y este ejército está impregnado hasta la médula de espíritu antidemocrático, está ligado por miles y millones de hilos a los terratenientes y la burguesía, dependiendo de ambos en todas las formas imaginables. Este ejército está rodeado de una atmósfera de relaciones burguesas y sólo respira ese aire; se ha congelado, encallecido y anquilosado; carece de fuerzas para escapar de esa atmósfera; sólo puede pensar, sentir y obrar a la antigua. Este ejército está ligado por relaciones de respeto a la jerarquía, por determinados privilegios de los empleos “públicos”, y sus cuadros superiores se hallan subordinados por completo, mediante las acciones y los bancos, al capital financiero y vienen a ser, en cierta medida, sus agentes, los vehículos de sus intereses y de su influencia.
Tratar de efectuar con ese aparato estatal transformaciones como la supresión de la propiedad terrateniente sin indemnización o el monopolio del trigo, etc., es una mera ilusión... Por eso resulta siempre que, con todos los posibles ministerios “de coalición” en que participan “socialistas”, estos socialistas vienen a ser en la práctica, aun en el caso de que algunos de ellos demuestren la mayor probidad, un simple adorno o una pantalla del gobierno burgués, un pararrayos de la indignación popular provocada por ese gobierno, un instrumento del gobierno para engañar a las masas. Así ocurrió con Luis Blanc en 1848; así ha ocurrido desde entonces docenas de veces en Inglaterra y Francia al participar los socialistas en el gobierno; así fue con los Chernov y los Tsereteli en 1917; así fue y así será mientras se mantenga el régimen burgués y se conserve intangible el viejo aparato estatal burgués y burocrático.
Los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos son valiosos, sobre todo, porque constituyen un tipo de aparato estatal nuevo, inmensamente más elevado e incomparablemente más democrático. Los eseristas y los mencheviques han hecho todo lo posible y lo imposible para transformar los Soviets (en particular el de Petrogrado y el de toda Rusia, o sea, el Comité Ejecutivo Central) en corrillos de charlatanes, que se dedicaban, con el pretexto del “control”, a adoptar resoluciones estériles y expresar deseos, a los que el gobierno daba carpetazo con la más cortés y amable sonrisa. Pero bastó la “fresca brisa” de la korniloviada, que anunciaba una buena tormenta, para que el aire viciado del Soviet se purificara por algún tiempo y la iniciativa de las masas revolucionarias empezara a manifestarse como algo grandioso, potente e invencible.
Que aprendan de este ejemplo histórico todos los incrédulos. Que se avergüencen quienes dicen: “No tenemos un aparato que pueda remplazar al viejo, que tiende ineluctablemente a defender a la burguesía”. Porque ese aparato existe. Son los Soviets. No teman la iniciativa ni la independencia de las masas, confíen en sus organizaciones revolucionarias y verán en todos los ámbitos de la vida pública la misma fuerza, grandiosidad e invencibilidad de que dieron pruebas los obreros y los campesinos en su unión y su ímpetu contra la korniloviada.
Falta de fe en las masas, miedo a su iniciativa, temor a que actúen por sí mismas, estremecimiento ante su energía revolucionaria, en vez de un apoyo total y sin reservas: tales han sido los mayores pecados de los jefes eseristas y mencheviques. Ahí está una de las raíces más profundas de su indecisión, de sus vacilaciones, de sus incontables e infinitamente estériles tentativas de verter vino nuevo en los viejos odres de la vieja máquina estatal, burocrática.
...
¿Qué significaría, en la práctica, esta dictadura [del proletariado y los campesinos pobres]? Significaría que sería aplastada la resistencia de los kornilovistas y quedaría restablecida y consumada la democratización completa del ejército. El 99% del ejército sería partidario entusiasta de esta dictadura a los dos días de establecida. Esta dictadura daría la tierra a los campesinos y todo el poder a los comités locales de campesinos. ¿Cómo puede alguien, entonces, si está en su sano juicio, poner en duda que los campesinos apoyarían semejante dictadura? Lo que Peshejónov sólo prometió (“la resistencia de los capitalistas ha sido aplastada”: palabras textuales de Peshejónov en su célebre discurso ante el Congreso de los Soviets), lo llevaría a la práctica esta dictadura, lo haría realidad, sin suprimir en lo más mínimo las organizaciones democráticas de abastecimiento, de control, etc., que han empezado ya a formarse, sino, por el contrario, apoyándolas y fomentándolas y eliminando todo lo que dificulte su funcionamiento.
Sólo la dictadura de los proletarios y de los campesinos pobres es capaz de romper la resistencia de los capitalistas, ejercer el poder con una audacia y una decisión en verdad grandiosas y asegurarse un apoyo entusiasta, sin reservas y auténticamente heroico de las masas tanto en el ejército como entre los campesinos.
El poder a los Soviets: eso es lo único que podría hacer gradual, pacífico y tranquilo el desarrollo ulterior, poniéndolo por completo al nivel de la conciencia y la decisión de la mayoría de las masas populares, al nivel de su propia experiencia. El poder a los Soviets significa la entrega total de la gobernación del país y del control de su economía a los obreros y a los campesinos, a quienes nadie se atrevería a oponer resistencia y quienes aprenderían rápidamente con su experiencia, con su propia experiencia, a distribuir acertadamente la tierra, las provisiones y el trigo.
El problema fundamental de toda revolución es, indudablemente, el problema del poder. Lo decisivo es qué clase tiene el poder...
No se puede esquivar ni apartar el problema del poder, pues es precisamente el problema fundamental que lo determina todo en el desarrollo de la revolución, en su política exterior e interior. Que nuestra revolución “ha gastado inútilmente” seis meses en vacilaciones respecto a la organización del poder es un hecho indiscutible, originado por la política vacilante de los eseristas y de los mencheviques. Pero, a su vez, la política de estos partidos ha sido determinada, en última instancia, por la posición de clase de la pequeña burguesía, por su inestabilidad económica en la lucha entre el capital y el trabajo.
La cuestión reside ahora en saber si la democracia pequeñoburguesa ha aprendido algo en estos importantísimos seis meses, extraordinariamente ricos de contenido. Si la respuesta es negativa, ello significará que la revolución ha sucumbido y sólo podrá salvarla una insurrección victoriosa del proletariado. Si la respuesta es afirmativa, habrá que empezar por crear sin demora un poder firme y estable. Durante una revolución popular, es decir, que despierta a la vida a las masas, a la mayoría de los obreros y los campesinos, sólo puede ser estable un poder que se apoye a sabiendas y de manera indefectible en la mayoría de la población. Hasta ahora, el poder del Estado sigue, de hecho, en Rusia, en manos de la burguesía, la cual se ve obligada únicamente a hacer concesiones parciales (para empezar a anularlas al día siguiente), repartir promesas (para no cumplirlas), buscar todos los medios posibles de encubrir su dominio (para engañar al pueblo con la apariencia de una “coalición honesta”) y etc., etc. De palabra, un gobierno revolucionario, democrático y popular; en la práctica, un gobierno burgués, contrarrevolucionario, antidemocrático y antipopular: ahí está la contradicción que ha existido hasta hoy y que ha sido el origen de la total inestabilidad y de las vacilaciones del poder, de todo ese “carrusel ministerial” a que se han dedicado con fervor tan lamentable (para el pueblo) los señores eseristas y mencheviques.
O la disolución de los Soviets y su muerte sin pena ni gloria, o todo el poder a los Soviets: esto lo dije ante el Congreso de los Soviets de toda Rusia a principios de junio de 1917, y la historia de julio y agosto ha confirmado de manera convincente y exhaustiva la justedad de estas palabras. El poder de los Soviets es el único que puede ser estable y apoyarse a ciencia cierta en la mayoría del pueblo, por más que mientan los lacayos de la burguesía, los Potrésov, los Plejánov y otros, que denominan “ampliación de la base” del poder a su entrega efectiva a una minoría insignificante del pueblo, a la burguesía, a los explotadores.
Sólo el Poder soviético podría ser estable, sólo él no podría ser derrocado ni siquiera en los momentos más tempestuosos de la revolución más violenta; sólo ese poder podría garantizar un desarrollo continuo y amplio de la revolución, una lucha pacífica de los partidos dentro de los Soviets. Mientras no se cree un poder de este tipo, serán inevitables la indecisión, la inestabilidad, las vacilaciones, las interminables “crisis del poder”, la comedia sin desenlace del carrusel ministerial, los estallidos de derecha y de izquierda.
Pero la consigna de “El poder a los Soviets” se entiende muy a menudo, si no casi siempre, de una manera completamente equivocada: en el sentido de “un ministerio formado con los partidos mayoritarios de los Soviets”; y esta opinión, profundamente equivocada, es la que desearíamos examinar con más detalle.
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“El poder a los Soviets” significa transformar por completo y de manera radical la vieja máquina del Estado, un aparato burocrático que frena todo lo democrático; significa suprimir dicho aparato y remplazarlo por otro nuevo, popular, o sea, auténticamente democrático, el de los Soviets, el de la mayoría organizada y armada del pueblo: obreros, soldados y campesinos; significa ofrecer la iniciativa y la independencia a la mayoría del pueblo no sólo en la elección de los diputados, sino también en la administración del Estado y en la realización de reformas y transformaciones.
...un cambio de ministros tiene muy poca importancia, pues la labor administrativa real se encuentra en manos de un ejército gigantesco de funcionarios. Y este ejército está impregnado hasta la médula de espíritu antidemocrático, está ligado por miles y millones de hilos a los terratenientes y la burguesía, dependiendo de ambos en todas las formas imaginables. Este ejército está rodeado de una atmósfera de relaciones burguesas y sólo respira ese aire; se ha congelado, encallecido y anquilosado; carece de fuerzas para escapar de esa atmósfera; sólo puede pensar, sentir y obrar a la antigua. Este ejército está ligado por relaciones de respeto a la jerarquía, por determinados privilegios de los empleos “públicos”, y sus cuadros superiores se hallan subordinados por completo, mediante las acciones y los bancos, al capital financiero y vienen a ser, en cierta medida, sus agentes, los vehículos de sus intereses y de su influencia.
Tratar de efectuar con ese aparato estatal transformaciones como la supresión de la propiedad terrateniente sin indemnización o el monopolio del trigo, etc., es una mera ilusión... Por eso resulta siempre que, con todos los posibles ministerios “de coalición” en que participan “socialistas”, estos socialistas vienen a ser en la práctica, aun en el caso de que algunos de ellos demuestren la mayor probidad, un simple adorno o una pantalla del gobierno burgués, un pararrayos de la indignación popular provocada por ese gobierno, un instrumento del gobierno para engañar a las masas. Así ocurrió con Luis Blanc en 1848; así ha ocurrido desde entonces docenas de veces en Inglaterra y Francia al participar los socialistas en el gobierno; así fue con los Chernov y los Tsereteli en 1917; así fue y así será mientras se mantenga el régimen burgués y se conserve intangible el viejo aparato estatal burgués y burocrático.
Los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos son valiosos, sobre todo, porque constituyen un tipo de aparato estatal nuevo, inmensamente más elevado e incomparablemente más democrático. Los eseristas y los mencheviques han hecho todo lo posible y lo imposible para transformar los Soviets (en particular el de Petrogrado y el de toda Rusia, o sea, el Comité Ejecutivo Central) en corrillos de charlatanes, que se dedicaban, con el pretexto del “control”, a adoptar resoluciones estériles y expresar deseos, a los que el gobierno daba carpetazo con la más cortés y amable sonrisa. Pero bastó la “fresca brisa” de la korniloviada, que anunciaba una buena tormenta, para que el aire viciado del Soviet se purificara por algún tiempo y la iniciativa de las masas revolucionarias empezara a manifestarse como algo grandioso, potente e invencible.
Que aprendan de este ejemplo histórico todos los incrédulos. Que se avergüencen quienes dicen: “No tenemos un aparato que pueda remplazar al viejo, que tiende ineluctablemente a defender a la burguesía”. Porque ese aparato existe. Son los Soviets. No teman la iniciativa ni la independencia de las masas, confíen en sus organizaciones revolucionarias y verán en todos los ámbitos de la vida pública la misma fuerza, grandiosidad e invencibilidad de que dieron pruebas los obreros y los campesinos en su unión y su ímpetu contra la korniloviada.
Falta de fe en las masas, miedo a su iniciativa, temor a que actúen por sí mismas, estremecimiento ante su energía revolucionaria, en vez de un apoyo total y sin reservas: tales han sido los mayores pecados de los jefes eseristas y mencheviques. Ahí está una de las raíces más profundas de su indecisión, de sus vacilaciones, de sus incontables e infinitamente estériles tentativas de verter vino nuevo en los viejos odres de la vieja máquina estatal, burocrática.
...
¿Qué significaría, en la práctica, esta dictadura [del proletariado y los campesinos pobres]? Significaría que sería aplastada la resistencia de los kornilovistas y quedaría restablecida y consumada la democratización completa del ejército. El 99% del ejército sería partidario entusiasta de esta dictadura a los dos días de establecida. Esta dictadura daría la tierra a los campesinos y todo el poder a los comités locales de campesinos. ¿Cómo puede alguien, entonces, si está en su sano juicio, poner en duda que los campesinos apoyarían semejante dictadura? Lo que Peshejónov sólo prometió (“la resistencia de los capitalistas ha sido aplastada”: palabras textuales de Peshejónov en su célebre discurso ante el Congreso de los Soviets), lo llevaría a la práctica esta dictadura, lo haría realidad, sin suprimir en lo más mínimo las organizaciones democráticas de abastecimiento, de control, etc., que han empezado ya a formarse, sino, por el contrario, apoyándolas y fomentándolas y eliminando todo lo que dificulte su funcionamiento.
Sólo la dictadura de los proletarios y de los campesinos pobres es capaz de romper la resistencia de los capitalistas, ejercer el poder con una audacia y una decisión en verdad grandiosas y asegurarse un apoyo entusiasta, sin reservas y auténticamente heroico de las masas tanto en el ejército como entre los campesinos.
El poder a los Soviets: eso es lo único que podría hacer gradual, pacífico y tranquilo el desarrollo ulterior, poniéndolo por completo al nivel de la conciencia y la decisión de la mayoría de las masas populares, al nivel de su propia experiencia. El poder a los Soviets significa la entrega total de la gobernación del país y del control de su economía a los obreros y a los campesinos, a quienes nadie se atrevería a oponer resistencia y quienes aprenderían rápidamente con su experiencia, con su propia experiencia, a distribuir acertadamente la tierra, las provisiones y el trigo.
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